Auditorio de Vilagarcía de Arousa
Concierto en el Auditorio de Vilagarcía de Arousa- día 26, a las 21´00 h-, con el pianista Luís Fernando Pérez quien nos ofrecerá la suite Iberia de Isaac Albéniz, un pianista que tuvo como primer maestro a Andrés Sánchez-Tirado antes de ingresar en la Escuela Superior Reina Sofía (1993), en donde seguirá los dictados de Dmitri Bashkirov y Galina Egyazarova y en el espacio camerístico con Marta Gulyas, ampliando en la Hochschule für Musik (Koln), con Pierre Laurent Aimard, antes de ampliar con Alicia de Larrocha, Carlota Garriga obteniendo un master con Carmen Bravo de Mompou, en la Academia Marshall, de Barcelona. Recibió clases magistrales de Leon Fleisher, Andras Schiff, Bruno Leonardo- Gelber, Menhem Pressler y Fou Tsong, galardonado con los premios Ibla (Franz Liszt, de Italia); Enric Granados (Barcelona) o el Alicia de Larrocha. Imparte la docencia en centros de prestigio, que compagina con los compromisos concertísticos y es profesor titular del Centro Superior Katarina Gurska, la Ac. Frank Marshall (Barcelona), realizando actividades en preferencia en certámenes como las de Schleswig-Holstein; Le Roque d´Anteron; Santander o la Quincena Donostiarra. Fue solista con primeras orquestas desde las nacionales a la Ferenz Liszt (Budapest); O. Sinfónica de Varsovia, O.C. Mannheim o las europeas de primer rango, mientras destaca por sus aportaciones discográficas como la Suite Iberia (Isaac Albéniz), Sonatas de Antonio Soler; Nocturnos, de Frederic Chopin; Goyescas y los Valses poéticos, de Enric Granados; Manuel de Falla y compositores actuales, que le hicieron merecedor del Choc du Disc (2012) y un Diapasson D´Or.
La suite Iberia (12 nouvelles impressions en quatre cahiers) de Isaac Albéniz en su integral, comenzando por el Primer cuaderno a partir de la Evocación, dedicada a Mme Jeanne Chausson, un tenue y acaparador preludio, dentro de un deslumbrante universo que prepara una serena melodía de talante nocturno, gracias a un refinado desarrollo armónico y una serie sincopados compases que evocan una lejana copla, próxima a la jota o un fandango, quizás un estilo de fandanguillo, elaborado con un aire bitemático. Etéreas armonías observan un ideario impresionista, estableciendo un ambiguo paisaje modal y fluctuante con notas disonantes y un uso expansivo gracias al juego de las dinámicas. La coda culmina la página en un deslumbrante final. El Puerto, concretamente, el Puerto de Sta María gaditano, indicio que apunta a esa ciudad de la que partiría, camino de La Habana. La exultante brillantez del baile andaluz, el polo, la seguidilla o la bulería, todo un cuadro de jolgorio típico con ritmo de tanguillo gaditano que algo tiene de la guajira cubana o las Cuatro piezas españolas, de Falla. Granados siempre se mostró fascinado por esta pieza, en la que se funden todas esas influencias que se completan con una ensoñadora coda, semejando a un pregón callejero. El Corpus en Sevilla, descripción de esa fiesta popular para la que usa detalles complejos de resolver, en los que cabe el tantum ergo, del himno Pange lingua o la canción castellana La tarara, en una especie de leit motiv y el canto de la saeta. Una plasmación de diversos ambientes desde lo íntimo a lo festivo sobre una rica escritura detallista. El autor demanda una lectura de calibrada expresividad, una muestra de la posible asimilación de las corrientes impresionistas, desde el timbre al colorido y la sonoridad, propios de la escuela francesa.
Del segundo cuaderno, Rondeña, afinidades con el fandango con el que se cantan las coplas de cuatro versos octosílabos y que sirve para abrir este segundo cuaderno que pretende describir la villa andaluza de Ronda, entremezclando ritmos binarios y ternarios, llegando a 164 cambios de métrica que integran un poderío rítmico de atrevidas disonancias gracias al choque de segundas menores y séptimas mayores. La tradición popular entronca visiblemente el folklore andaluz con la guajira cubana, en un carácter distendido que se convierte en un estado melancólico. Almería, renueva el parentesco con los tiempos precedentes, alcanzando los acentos suaves y cadenciosos de la barcarola. Una rica escritura armónica de auténtica obra maestra exuberante en la que encontramos estilos de taranta almeriense, fandanguillo y carceleras en una rica polifonía, con un quieto balanceo rítmico y adornado. Destaca la copla-expresive et bien chanté-, en la que el autor modera el tempo. Triana, una jubilosa apoteosis de refinada elegancia con un perfumado embrujo de de seguidilla gitana en un pianismo equilibrado que aúna una riqueza tímbrica repartida entre lo popular y lo aristocrático que se confirmaría en su estreno madrileño, en un recital ofrecido por Malats, en el Teatro de la Comedia. Las novedades armónicas y rítmicas reflejan las cualidades de la pieza.
En el tercer cuaderno, estrenado en París, en el Palacio de la Princesa de Polignac, el 2 de enero de 1908, comienza con El Albaicín, barrio morisco apreciado por el autor y página en la que recurre a un ritmo de bulerías con el que describe el añorado barrio, descrito por los modismos arabizantes propios del cante flamenco dentro de un ritmo frenético y punzante, con choques constantes de apretados acordes que con suerte anuncian la Fantasía Bética, de Manuel de Falla. Un ritmo de seguidilla en ciernes, queda interrumpido por otras melodías cercanas al estilo popular de la guitarra flamenca. El Polo, con un humorismo resuelto, parece quedar descrito por un tratamiento ostinato apoyándose en la conocida danza flamenca de origen gitano, del siglo XVII, con pinceladas de ligera tristeza y un penetrante deje de fatalismo. Lavapiés, sería inasumible para muchos pianistas por su enrevesamiento en el que se cruzan el juego de manos nada caprichoso por las exigencias de su vuelo de altura a través de sus 264 compases, consumados por agudas disonancias puntuales. Aparece aquí una base rítmica y melódica que devanea entre el tango andaluz o el tango-habanera. Un ambiente verbenero y chispeante que rezuma casticismos sin remilgos.
El Cuarto cuaderno, estrenado en la Société Nationale de Musique parisina (Salón d´Autogne), el 9 de febrero de 1909, nos aporta Málaga, de la que Malats tendría algo que decir en cuanto lo que debe a la inspiración en el mundo de la copla, presentando una síntesis de recopilación de sus saberes y que se suscribe a los detalles que tratan con un ritmo fluido, esta apreciación de los orígenes de un estilo musical que llega hasta sus entrañas, algo se conserva de una jota malagueña de belleza conseguida que se describe en el final, con sus avanzadas y sutiles armonías. Jerez, una considerable dificultad técnica especialmente en la mano izquierda y que en su familiaridad, coquetea con las soleares, enalteciendo ese lenguaje popular. La profundizar jonda, se expresa por la abundancia de mordentes y acciaccature. Eritraña, para conocedores, unas sevillanas aflijías, perfecta conclusión de la suite, una impresión de alegría mañanera en un jubiloso ritmo que remite a las sevillanas, en un extenso tratamiento en cuanto al número de compases.
Ramón García Balado
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