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09/08/2024

La Capilla del Hostal de los RR. CC., acoge la clausura del LXVI Curso U. I. de Música en Compostela

 Capilla del Hostal de los RRCC, Santiago de Compostela

 

Clausura del LXVI Curso U. I. de Música en Compostela, en la Capilla del Hostal de los RR. CC.- día 10 a las 11´00 h., tras el concierto ofrecido por la OSG, dirigida por Isabel Rubio,  con obras de Carles Baguer, Conrado del Campo, Manuel de Falla y Miquel Marques, en un acto en el que se hará entrega de Diplomas y Premios, con la firme voluntad de emplazarnos para el curso siguiente. Tiempo tuvimos de asistir a la serie de actividades complementarias ofrecidas por los profesores y alumnos, entre charlas y conciertos destacando los de estos últimos en su generosa entrega de confraternización, comenzando por la acostumbrada visita al Edificio Castelao, del Museo de Pontevedra, en la histórica serie A la luz de los candelabros. Las dos propuestas de conciertos de alumnos al Hospital Clínico (CHUS) y al Conservatorio Profesional compostelano, ambos el lunes, día 5 o el excelente del Cuarteto Lucent, con el guitarrista Riccardo Guella, con obras de Enric Granados, Manuel Castillo y Ruperto Chapí. El concierto de los profesores Ashan Pillai, Stephan Picard, Andrei Banciu y Stephan Forck.  Dos charlas profusamente documentadas de José Pérez Sierra, acompañado por Josep Mª Colom, dedicada a la figura del Padre Soler y su entorno artístico de El Escorial o la ofrecida por Ernesto Monsalve, con motivo de Joaquín Rodrigo: En el centenario de su primera obra. Quedará espacio para guardan un detalle con respeto a los dos últimos conciertos del martes y el miércoles, ofrecidos por alumnos en la Capilla del Hostal de los RR. CC. , veladas de apacible confraternización entre los miembros del curso y los entusiastas melómanos entregados a la causa, atentos al nivel mostrado por el dominio y conocimiento de las obras elegidas. Pablo Esteban, pianista del aula de Josep Mª Colom, en un ejerció de dominio técnico en la extensión exigida por la Fantasía Bética, de Manuel de Falla, obra insigne dedicada a Arthur Rubinstein y de la que Ernesto Halffter obtendría argumentos para una ostentosa orquestación. Asoman en su desarrollo apuntes de cante jondo, con preciosismos que nos sugerirían a D. Scarlatti. Modélica respuesta del alumno en consideración a su maestro Colom.  Las Cátedras de viola, cámara y guitarra, en confluencia: Ashan Pillar y Gallardo del Rey, una sorprendente propuesta de Eduard Moya- viola- y Oriana Kemelmajer (Argentina), por las Variaciones geográficas sobre el Cant dels ocells- popular en sus raíces y razón de ser de Pau  Casals. La pieza en sus dilatadas variaciones, discurría en libre antojo por las fronteras más imprevisibles desde la habanera, al tango o al ragtime. Muy libre en su correcto entender.   Diego Arévalo.(1994), alumno del curso , colaborará con una obra  de propia firma, la  Rapsodia para chelo  y guitarra, de la que fueron intérpretes Yena Gook (Australia) y Viaslav Shugaev (Rusia), pieza con atisbos de neoclasicismo en las tendencias innovadoras del siglo XX, y no menos ingeniosa en procedimientos estilísticos por voluntad de criterio.

La Cátedra de violonchelo de María de Macedo y Stephan  Forck, otra cumbre por Requiebros, de Gaspar Cassadó-no podría ser menos- en manos de Esteban Barlow (España), asistido por el profesor- asistente Ángel Huibobro. Cassadó, miembro  de Música en Compostela a partir de 1959, con Andrés Segovia. André Gertler y Josefina Salvador, en instrumentos de cuerda. De Cassadó, también, Preludio –fantasía, primer movimiento de la Suite para violonchelo solo, en manos de Emilo Ubach. Pieza también emblemática de quien había formado un trío con Menuhin y Ketner, mientras se dedicaba ampliamente a la docencia desde Florencia a Siena o nuestros cursos de Música en Compostela. De la Cátedra de violín, de Stephan Picard, un apoyo en Joaquín Turina, para un especial tratamiento virtuosístico repartido entre dos de sus obras. El poema de una sanluqueña, en la que la violinista rendiría dotes ante un público entusiasta, en el que no faltarían sus compañeros, Sonja Bogner (Alemania), acompañada por el profesor Andrei Banciu, al  piano. Pieza precisamente dedicada a las muchachas de Sanlucar, un poema de amor según el autor, un punto amargo y una expresión doliente expresada por las cuerdas del violín. También de Turina la Sonata española para violín y piano Op. 82- Vivo-Adagio/Allegro moderato-, de la que dejaron buenas impresiones Abraham Parra Amante (violín) y también el profesor Andrei Banciu, obra presentada para su estreno en el Teatro María Guerrero de Madrid, por Enrique Iniesta, acompañada por el autor y que se maneja con una importante versatilidad expresiva, detalle a favor de los intérprete. La Cátedra de Canto de Mª José Montiel- tan efusiva como de costumbre-, Yuki Urata (Japón), buscándole los entresijos pasionales a Mujer de los ojos negros, de El huésped del  sevillano de Jacinto Guerrero. Yonxi Liu (China), un aire de resuelta canción popular, No quiero tus avellanas- Jesús Guridi-, respirando aires de sus Canciones castellanas. Jimena Ramós, el apacible encanto de A través de mis cristales (Sueños de Oro), de F. Asenjo Barbieri y la mejicana Armida Olaechea, el destilado sentimentalismo de Lágrimas mías, de la zarzuela El Anillo de hierro, de Pedro M. Marques, de quien la OSG nos había ofrecido su Quinta sinfonía. En grupo, con el acompañamiento pianístico de Itziar Barredo, dos irresistibles por su contagiosa popularidad, nada menos que La Habanera, de Don Gil de Alcalá (Manuel Penella): todas las mañanicas vuelve la aurora y se lleva la noche triste  y traidora… y el coro de románticos, de Doña Francisquita de Amadeu Vives. Una despedida calurosa para la tarde del martes.

La tarde del miércoles tuvo como aliciente el estreno de la obra de encargo del curso con las miniaturas características: Promenade, Sicliano, Chotis y Nana, de Juan Durán, en dedicatoria a Gallardo del Rey y digitación de J. M. Dapena, obra obligada para el concurso de guitarra Savarez, y que tuvo su presentación a cargo de Daniel Sánchez y Viacheslav Shugaev (Rusia), quien obtendría el Premio del Curso ante un jurado presidido por Gallardo del Rey, J.M. Dapena y el compositor David del Puerto.  Una velada que nos deparó algunas obras elegidas, destacando la obra de Juan Durán, interpretada por Daniel Sánchez- quien también aportaría Sevilla, de la Suite española Op. 47, de I.Albéniz, pieza sugerente y receptiva junto a las  de las miniaturas de Durán, que también estarían en manos de Viacheslav Shugaev, que añadiría el Elogio a la guitarra, de Joaquín Rodrigo, ejemplo de sus piezas para el instrumento como lo fueron la Zarabanda lejana; Junto al Generalife; Entre olivares o la Sonata Giocosa.

Juan Durán, nos dejó recientes trabajos como el Cuarteto de Cuerda, grabado por el Cuarteto Novecento: Ildikó Oltai, Irina Gruia, Joana Ciobotaru y Millán Abeledo, entre obras de M. del Adalid y José Arriola, un período creativo en el que estrenó la Cantata Terra, con la OSG, para solista- Javier Franco-, coro y orquesta, bajo la dirección de Víctor Pablo Pérez, siendo responsables de coro Carlos Mena y Javier Fajardo. Obra que partía de la poética de Ramón Cabanillas: No desterró; Vento mareiro y Da terra asoballada.  El profesor Gallardo del Rey, mediador con la firma Savarez, especializada en el mundo de la guitarra, para la consolidación de este premio, se graduó en el Conservatorio de Sevilla, en guitarra y música de cámara, siguiendo los cursos de Sáinz de la Maza, A. Segovia y José Tomás y en 1979 obtuvo el Premio de interpretación Luís Coleman, en el Curso I. U. de Música en Compostela, logrando con el paso de los años los de la Fundación Francisco e Inocencio  Guerrero, estrenando obras en la Bienal de Arte Flamenco, con la O. C. Reina Sofía, por el Concierto para guitarra y orquesta, de Manuel Castillo, mientras se aventuraba como compositor con Noches de San Lorenzo, estrenada en El Escorial.

De la cátedra de viola y música de cámara, de Ashan Pillai, el viola Pol Altimira- del Cuarteto Lucent-y el repertorista y profesor J. Carlos Cornelles, se ofreció la Romanza para viola y piano de Lluís Benejam (1914/68), violinista y director con carrera en Latinoamérica, compartiendo experiencias con el chelista Ernesto Xancó, los violinistas Roberto Plaja y J. Rodríguez de la Fuente, con quienes formó en Quito, el Cuarteto Nacional Ecuatoriano, con quienes ayudó a la iniciación de una labor divulgadora. Fue concertino y director de la O. S. Nacional y profesor del Conservatorio Nacional. En su obra está presente un reconocible nacionalismo reflejado en el conjunto de sus composiciones camerísticas, como Lorqueña; el preludio jondo o la Obertura flamenca.

De la cátedra de piano de Josep Mª Colom, dos alumnos, comenzando con Irene Pérez Sanmiguel, en una lectura precisa de la Sonata para piano, de Ernesto Halffter, obra de 1926 y primera de las tres que había tenido en mente como dedicatario a Eugene Cools y en la que trabajaría hasta 1932, pieza dividida en cuatro secciones con un solo tema que le da unidad orgánica, concebida como una serie de variaciones sobre. Obra que fue estrenada por Leopoldo Querol, en 1934. Oriana Kemelmajer (Argentina),  no se resistiría a los encantos de los Valses poéticos, de Enric Granados, dedicados a Joaquim Malats, en la serie de ocho números a partir de la colorista entrada que se repite  en el final, dentro de un gusto típicamente romántico. El talante musical de estas piezas, justifica el título de esta obra de juventud, como expresiones poéticas de un género lírico

Ramón García Balado

06/08/2024

La Orquesta Sinfónica de Galicia, dirigida por Isabel Rubio, en LXVI Curso U. I. de Música en Compostela

Auditorio de Galicia, Santiago de Compostela 


Concierto abierto al público dentro de las actividades de LXVI Curso U.I. de Música en Compostela con la OSG dirigida por Isabel Rubio-Auditorio de Galicia- día 9, a las 20´00 h-, con un programa netamente español y que nos reserva obras de Carles Baguer, Conrado del Campo, Manuel de Falla y Pedro Miquel Marques. Isabel Rubio pasó por la Jove O. de les illes Balears, y formaciones como la 430, de Vigo, la Xoven de la OSG, la ONE, la O.S. de Granada y la JONDE- junto a Pablo  Rus Broseta-, en calidad de residente, ocupando plaza similar en la Berlin Philharmonia O., además de colaborar con Kirill Petrenko. Recibió galardones como el Concurso ASPE, de orquestas, el Ciudad de Villena, la especial consideración de los Encuentros de Bilbao, a los que se añaden el Guido Cantelli (Italia). Aspecto a destacar es su labor frente a Bandas de Música que la llevaron desde Valencia, Alicante o Galicia, dirigiendo zarzuelas como El Gato Montés, en el Teatro Campoamor de Oviedo

Carles Baguer (1768-1808), fue un compositor que destacó como organista en distintas capitales dejando como alumnos a maestros como Mateu i Ferrer o Ramón Carnicer, quienes acabarán haciéndole sombra de cara a la posteridad, pero la importancia del género sacro que ocuparía los años de gracia del músico, mantuvieron su interés por el género lírico, con trabajos como la ópera La princesa filósofa, estrenada en Barcelona en el otoño de 1797, en la temporada en la que igualmente Ferrán Sors seducía a las multitudes con Il Telemaco nell isola di Calipso. Baguer, en el ámbito de la música orquestal, dará lustre a la composición que hoy se pone en atriles, la Sinfonía nº 12, en Mi b M., espacio en el que tendrán cabida casi una veintena de trabajos. En principio, se apreciaría su Concierto para fagot y orquesta  y una sentida Pastorela, que se añadirá a piezas sinfónicas inacabadas e incluso de  dudosa autoría. Baguer se manejaba entre dudas que ofuscaban a su creación, siendo su trabajo orquestal un ejercicio de tanteos voluntariosos. Una orquestación que se expresaba estilísticamente en su distribución: una sección de cuerda y un cuarteto de vientos formado por dos trompas y dos maderas, que generalmente son oboes y excepcionalmente flautas. El fagot sólo se explicita en la obra en la que aparece como solista y en una de las sinfonías. No todas las sinfonías presentan una parte de viola, e incluso, en algunas de las que la tienen, ésta no aparece en todas las copias conservadas. La separación de violonchelo y contrabajo es excepcional. Más frecuente es el tacet de este último en algunos pasajes o movimientos. Baguer tiende a primar especialmente algunas de las combinaciones instrumentales posibles en dicha plantilla. Utiliza en gran medida los tutti así como la cuerda sola, mientras que los pasajes a cuerdas con oboes o con trompas, generalmente constituyen únicamente nexos de unión entre los anteriores, a excepción del tratamiento que les da en los tríos de los minuetos o en los segundos grupos temáticos de movimientos en forma sonata. Son verdaderamente excepcionales los fragmentos en madera y trompas.

La textura orquestal tiende generalmente a la simplicidad, que, en ocasiones se hace extrema. El discurso es  monofónico, salvo breves y tímidas imitaciones entre los violines, que rápidamente se convierten en melodías por terceras o sextas paralelas. La escritura es a menudo a tres partes reales gracias a los frecuentes doblajes por octavas entre la viola y bajo e incluso a  dos partes. Desde todos los puntos de vista, la viola tiende a ser tratada como un instrumento grave; los violines, a menudo doblados, por los oboes, generalmente proceden por movimiento paralelo, por terceras, sextas u octavas, e incluso al unísono. En las partes internas de la cuerda y en el bajo, abundan las figuraciones de notas cortas, consistentes en arpegios, dobles cuerdas síncopas, etc., cuya misión principal es de simple relleno del bloque sonoro. Por lo que respecta a la estructura formal de estas composiciones, Baguer se basa sobre todo  en los dos prototipos en los que, según parece, introduce algunos cambios. Estos son la Sinfonía en cuatro movimientos y la forma en un solo movimiento rápido, precedido de un breve movimiento de carácter breve.

En las resueltas en cuatro tiempos, el primero de ellos adopta invariablemente el esquema formal de sonata bitemática, con doble aparición de los temas en el centro. Ambos grupos temáticos, están fuertemente contrastados, no solo melódicamente, sino también desde otros puntos de vista, como el ritmo armónico o la textura orquestal. Los desarrollos son cortos, a menudo exclusivamente basados en modulaciones y variaciones de elementos del primer grupo temático y reexposiciones incompletas afectando sobre todo a los segundos grupos temáticos. Hay un notable predomino del compás ternario. Los segundos movimientos oscilan entre el Adagio y el Andante, siempre con sordina en la cuerda y escritos en alguna tonalidad vecina que generalmente es la dominante, con menor frecuencia la subdominante  y aún más raramente el relativo o la tónica con cambio de modo. En casi todos los casos adopta la estructura de variaciones sobre un tema compuesto por dos frases de ocho compases, modulante la primera de ellas. Las técnicas para la variación son las habituales: ornamentación melódica, cambio de protagonismo melódico  (de los violines a la madera o el bajo), cambio de modo, etc...El minuetto, es siempre anacrúsico con una notable fragmentación y receptividad de la melodía. El trío está escrito casi siempre en la tónica, a menudo requiere la participación melódica de la madera y presenta una segmentación melódica mucho menor. En el conjunto de las sinfonías del autor, este tiempo aparece en segundo lugar, al que sigue el movimiento Lento, y el Finale, oscila entre el esquema de sonata y el de Rondó, siendo el ritmo adoptado a menudo, el de Contradanza. En los Rondós, los estribillos son considerablemente largos, en relación con los episodios, y en las sonatas los desarrollos se hacen algo más cortos. No podrá descartarse la posibilidad de que algunas de estas sinfonías, en su estado original, hubieran tenido una configuración distinta según las versiones que se han conservado

Conrado del Campo (1878-1953), con uno de sus poemas sinfónicos, El Infierno, de La Divina Comedia, a partir de Dante, obra de 1910 y que tendrá modelos similares en la Obertura madrileña (1920); la Fantasía castellana- para piano y orquesta-; En la pradera  (Acción bailada); la Obertura asturiana  o la Evocación y nostalgia de los molinos de viento  (1952). El maestro Conrado del Campo, había tenido como preceptores a Jesús de Monasterio- violín- y a José de Hierro y a  Ruperto Chapí, en el espacio de la composición quienes le ayudarán a romper fronteras sin renegar de su confianza a un imaginario y libre autodidactismo. Bebió a fondo de la inmensa cultura de quienes fueron sus maestros, siempre sujeto a una vida entregada a las tentaciones que le ofrecía su Madrid natal, llegando a realizar tan solo dos viajes al extranjero, algo difícil de entender, una vez analizada su trayectoria musical. Fue Tomás Marco, quien atinó a ubicarle en un justo contexto, comenzando por las tenebrosas circunstancias que nuestro músico habría de soportar, más allá de la Guerra Civil y que le someterían a la condición nada apetecible de un obrero de la música, simultaneando las obligaciones de instrumentista con las puramente docentes. Dotado violinista, le veríamos entregado a los duros oficios como miembro y promotor del muy apreciado Cuarteto Francés (1903), en el que tocará la viola de manera permanente, hasta convertirse en el Quinteto de Madrid (1919), con la incorporación de Joaquín Turina y la posibilidad de divulgación en la Agrupación de Unión Radio. Un grupo de formaban en principio Julio Francés e Ignacio Tomé (violines), Luis Villa y Conrado del Campo (viola),  Juan Ruiz Casux (chelo) Lucio González (contrabajo) y el pianista José Mª Franco.  Conrado del Campo actuó como director en veces contadas después de los años amargos de la Guerra Civil, tomando la plaza de Arbós en la Orquesta Sinfónica y en la que permanecerá hasta 1947, fecha en la que creará la primera orquesta de Radio Nacional de España, abandonándola definitivamente por problemas de salud, manteniendo, con todo, los compromisos como Académico de Bellas Artes, respondiendo a las solicitudes de conferencias y otras iniciativas. Hombre afable e ingenuo, carente de toda malicia, había dejado su impronta en sus años de juventud, en formaciones como la Orquesta del Teatro Circo, o las de los Teatros Príncipe Alfonso y Apolo, antes de probar en el Teatro Real.

Obra la suya más extensa de lo que podría pensarse y con un marcado perfil nacionalista que como la de Manuel de Falla, se orientará hacia una ambición internacionalista, sabiendo marcar libremente el folklore sobre el que indagaría con gran perspicacia y dominio de estilos, pero que no será precisamente su preocupación cotidiana. Un aspecto permanente será la forma en cómo supo acuñar las propias raíces asimiladas con las corrientes imperantes de procedencia germana. Posiblemente, un grado artístico de colonización inevitable, pero bastará con seguir su legado para aceptar la pertinencia de los resultados obtenidos y muy especialmente en la reconocible vena de Richard Strauss. Quizás un casticista que no tuvo reparos e inconveniencias en amalgamar las influencias reconocibles que hallaremos en el Cuarteto Carlos III o En la pradera.

Quiso abordar la ópera española a la que pretendió dar una dimensión especial tras pasar años en los fosos de los teatros capitalinos, admirando a los grandes por excelencia, desde Wagner a R. Strauss. De sus intentos líricos, una inauguración con El final de Don Álvaro (1910), con libreto de Carlos Fernández Shaw o la ópera en un acto del mismo libretista La tragedia del beso, una ópera que reproduce en pequeño la aventura de la de Falla- Premio Nacional de Bellas Artes  (1912), aunque no llegase a subir a escena por variados problemas técnicos. Mejores avatares tendrán El Avapiés  (1918),con texto de Tomás Borrás que reproduce el  ambiente madrileño de 1800 y ,muy especialmente, Fantochines,(1922), ópera de cámara con libreto de Borrás, recuperada por la Fundación Juan March, en la primavera de 2015, en su proyecto el Teatro Musical de Cámara, con dirección musical de J. Antonio Montaño y escénica de Tomás Muñoz, destacando como solistas la soprano Sonia de Munck (Doneta); el barítono Borja Quiza (Lindísimo); el barítono Fabio Barrutia (El títere y Doña Tía), con la Orquesta de la Comunidad de Madrid. Mérito merece también Lola la Piconera, libreto de J.Mª Pemán, estrenada en el Teatre del Liceu (Barcelona). En óperas como El Avapies participó también el compositor Ángel Barrios. Obras que quedaron para el olvido como imposibles, fueron La malquerida (1925), sobre el drama de Jacinto Benavente o la conversión en ópera de la zarzuela de Amadeu Vives, Bohemios, para su recuperación en el Teatro Real (1920). Difícil tuvo que ser mantener una opinión halagüeña sobre estas obras, montadas en su mayoría en condiciones precarias y sin apenas ensayos, ante las troupes italianas que vagaban a sus aires y que dominaban en el Teatro Real, con decorados y vestuarios tomados de las producciones de repertorio y sin que nadie y menos la orquesta y coros, se supiesen los papeles.

Se ha dicho a menudo que la tendencia wagneriana y straussiana (o en general germánica) de Conrado del Campo, chocaba con  la fuerte influencia francesa que dominaba a los compositores españoles desde principio de siglo, y que ese conflicto restó siempre audiencia a la popularidad de su obra. Hoy, que podemos considerar las cosas con mayor perspectiva y que valoramos aquella influencia francesa simplemente como un episodio más, la producción de nuestro músico puede tener un valor especial cara al futuro. Puede ante todo mostrar, con un buen ejemplo, cómo la música española de aquellos años, incluía variedades en mayor medida de lo que se creía; y también que algunos de los caminos transitados, habrían de ser tiempo adelante los preferidos. Por otra parte, los aspectos popularistas de Conrado del Campo, son en cierta manera, comunes con los que presentaban los compositores francófilos de la época: así, cuando se estudie en profundidad todo el internacionalismo nacional tardío español, habrá de tenerse en cuenta la formación que de estos materiales hizo Conrado del Campo. De su obra propiamente sinfónica, destaca su orientación hacia estilo del poema sinfónico sobre los demás géneros y es aquí donde nos encontramos con La Divina Comedia (1908), con coro y orquesta. Se trata de una composición de calidad indudable que, por su temprana fecha resulta muy importante dentro del repertorio sinfónico español. Pero, al margen de esa calidad intrínseca que más allá de las influencias mentadas le confiere una gran personalidad, posee una muy buena altura de realización. Es casi su única obra sinfónica y que se mantendrá en el panorama de la música española, especialmente en la parte dedicada al Infierno que resulta, sin duda, la mejor. Junto a obras ya citadas, no dejaremos al margen La danza de Amboto o la serie de sus Cuartetos de cuerda, incluidos en un ciclo divulgado por la Fundación Juan March y que abarcaba desde el Primero (Oriental), estrenado precisamente por el Cuarteto Francés, en  marzo de 1903, al Cuarteto nº 12, en Si b M. de 1948, estrenado por el Cuarteto Beethoven, en el Conservatorio Profesional de Música madrileño, al año siguiente.

Dos pasajes de La vida breve, de Manuel de Falla: Intermedio y Danza, un drama lírico en  dos actos y cuatro escenas sobre libreto de C. Fernández Shaw. Obra de 1904 y que tendrá puesta escénica en el Casino Municipal (Niza), con dirección de J. Miranne, para vestir galas de mayor prestancia en la Opéra Comique, dirigida entonces por Franz Ruhlmann. Una orquestación acorde para el espectáculo por sus demandas escénicas y argumentales, al servicio de un cuadro de intérpretes destacando los roles de Salud, la Abuela, Carmela, Tío Salvaor, Paco, Manuel, un cantaor, una voz en la fragua, otra voz lejana para completar con un coro muy en la línea de conocida tradición. Por su cuenta, el cuadro segundo en su primera escena, pone en juego a personajes de trapío como Tío Salvaor, Carmela, un cantaor flamenco y un guitarrista que se resuelve por soleares, al  que sigue una danza orquestal con ritmo de jota, famosa sus transcripciones. Trabajo ímprobo en el gaditano que como sabemos, se desvivía por esta calidad de espectáculos que le calaban hasta lo más profundo de su sensibilidad. Un período el suyo carente de grandes proyectos escénicos, por lo cual un concurso de la Academia de Bellas Artes de San Fernando le incitará a él y a otros aspirantes a probar con una ópera en un acto (así como obras sinfónicas pues la música para orquesta también se encontraba en un bajo nivel) que debía ser entregada como fecha límite al atardecer del 31 de marzo de 1905. La ópera ganadora iba a ser representada en el Teatro Real de Madrid.  Para Falla significaba la oportunidad de ir a París y nuestro músico quedó impresionado por el libreto de Fernández Shaw, autor sumamente prolífico de libretos para zarzuela, publicados en la revista Blanco y Negro, por lo que aceptó la posibilidad de abordar el proyecto. Un Falla en París que se llevará el manuscrito en la maleta y un encuentro afortunado con Paul Dukas quien la animará a estrenar esta operita en la Opéra Comique.

Hubo de soportar considerables retrasos, aceptando que Dukas revisase la partitura, contratando igualmente a Paul Milliet, tesorero de la Sociéte des Auteurs  y recomendado por Isaac Albéniz, para que tradujese el libreto al idioma francés. Albert Carré, director de la Opéra Comique, estaba predispuesto a estrenarla pero se negó a fijar una fecha concreta.  Una  visita a Ricordi (Milán), produjo otro veredicto favorable, pero en lugar de la puesta en escena de la obra, le ofrecieron un contrato para que compusiera una nueva. Falla rechazó la oferta y de nuevo en París aceptaría la propuesta del Casino de Niza, fue allí donde definitivamente se estrenó, con gran éxito y aceptación. La presentación en la Opéra Comique, en diciembre de 1913- el año de la Consagración de la Primavera, de Stravinski-, el éxito fue mayor. Mme Carré, se puso en la piel de Salud, mientras que Lillian Grenville, que lo había hecho en Niza, fue compensada con algunas producciones de la Tosca pucciniana. Luisa Vela, garante para ese rol en la referencia histórica, acabaría siendo la primera gran diva en el Teatro de La Zarzuela, dejándonos buena memoria por su interpretación de las Siete canciones populares españolas. Una apoteosis en la que el autor sería trasladado a hombros, dejando en evidencia el excelente instinto como libretista de Fernández-Shaw, en lo relativo a la escritura de libretos de zarzuela. La vida breve es una mezcla de verismo y simbolismo, con una heroína proveniente de los mundos de Massenet y Puccini, endurecida y reforzada por el llamado orgullo español- cada cual lo entenderá según le aprieten las urgencias patrias-, usando en lo primordial pintoresquismos granaínos como posible telón de fondo, llevado hasta los desengaños en liza. En el extenso interludio que forman la segunda escena del primer acto, las flautas en al  estilo de Bizet, colocan un guiño en situaciones de Mme Butterfly y que sin llevarnos a engaño, nos descubren al Falla tanteado en el mundo disperso de la zarzuela -pensemos en el gaditano en su visita a Granada, Cádiz o Sevilla-. Otro de los puntos fuertes de La vida breve, es la impregnación de la música popular, que tantas veces observamos en obras suyas, a pesar de contribuir en menor medida a la tensión dramática de la operita, por ponerle posibles atributos. Las soleares y las dos danzas, en el último cuadro, el primero con su familiar tema pivotando sobre el dominante y el segundo (añadido o por lo menos ampliado en París, siguiendo el consejo de Messager), sabiamente, sin intentar rivalizar con el primero sino utilizando unos coros sin palabras y algunos sofisticados colores armónicos incluyendo una bocanada de bitonalidad. En el transcurso de la revisión, La vida breve fue dividida en dos cuadros, con el objeto de facilitar el cambio de escenario. Falla insistió en que esto último y otras pequeñas mejoras no producirían ninguna diferencia fundamental. En esencia, permanece como si fuera uno solo, aunque en ese período de su carrera Falla era tan pródigo en intervenciones que la ópera contiene suficientes ideas como para durarle una velada  completa a una mano bien ejercitada como era la de Massenet. Para el estreno en el Teatro de La Zarzuela madrileño, el 14 de noviembre de 1914, contaría con un reparto de postín según las demandas del espectáculo: Luisa Vela (Salud);  Rafael López (Paco); Teresa Telaeche  (la Abuela); Francisco Meana (Tío Salvaor); Rafael López  (Voz en la fragua); Emilio Sagi-Barba, haciendo un polivalente doblete como Manuel y Cantaor, contando con la dirección del aragonés Pablo Luna, mientras que el apartado escénico corría de cuenta de Francisco Meana. En lo musical, débitos admitidos con la vigente corriente del alhambrismo, un asomo a las modas del momento con modismos debussystas o virtuosismos tomados libremente de Ferenz Liszt, y otros detalles de la tradición española.

Pedro Miquel Marqués, con la Sinfonía nº 5, en Do m., músico bregado en los teatros y que se formó con Masaart en violín, y en armonía con Bazin, llegando a tener excelente trato con Berlioz y G. Rossini, quienes pronto reconocerían su sagacidad y desenvoltura durante su etapa parisina, en la que superaría las limitaciones y urgencias como músico de atril en coliseos como el Teatro Lírico y la Grand Opéra o la Salle Vanlentino, bajo la dirección de Arban, colaborando en estrenos como Faust o Mireille de Gounod. Entre sus maestros también figura Jesús de Monasterio y Galiana en armonía. Ingresó en la Orquesta de la Sociedad de Conciertos (1867) como violinista permaneciendo en ella hasta 1884, Fue violinista del Teatro de La Zarzuela y del Teatro Real y aunque reconocido autor de zarzuelas desde la primeriza Los hijos de la costa a la más conocida El anillo de hierro, la posteridad sabrá apreciarle por sus obras sinfónicas, en concreto por la que ocupa el programa , la Sinfonía nº 5, en Do m, quizás la más apreciada de sus composiciones de este género, obra estrenada el 29 de febrero de 1880, año fecundo de actividades y proyectos llevados a buen puerto, con aspectos reseñables que se ratificarán en otra obra de signo personal, el Segundo concierto dentro de la Serie de Primavera, bajo la atenta observación de Mariano Vázquez. Escrita en la tonalidad de Do m., su lenguaje musical regresa a un estilo próximo al de la Sinfonía Fantástica de Héctor Berlioz, uno de los santones en los que se veía reflejado, quizás porque los recursos orquestales y los modelos formales de esta obra que Marqués había utilizado en sus sinfonías anteriores, aunque no en la Cuarta en Mi M., estrenada dos años antes, en la misma serie de Conciertos de Primavera, marcaban ya una evolución creativa que redundará en los patrones a seguir. Las garantías de éxito parecían estar aseguradas y el tratamiento de esta sinfonía se encuentra en las cercanías de su Tercera  Sinfonía. Citábamos de pasada su Cuarta Sinfonía, obra que para expertos analistas parece condicionada por una actitud de mirada al pasado, con un lenguaje más clásico y asequible al aficionado común.

Quizás, la posteridad no termine de encontrarle acomodo frente a sus compañeros de generación pera este músico se mantiene en las  variadas opciones del género lírico. Estamos en ese año de 1880, en verdad un período afortunado para el compositor mallorquín, ya que el Teatro de La Zarzuela le guardará un espacio para la puesta en escena de su drama lírico-histórico, de Jiménez Delgado, Florinda, ópera en tres actos cuya acción se situaba en el Medievo con argumento de un historicismo aventurado, cercano a los modismos de la Ópera Grande, la misma que soportará mal el paso del tiempo, por lo que Marqués quedará sometido a la criba de la que también serán víctimas muchos de sus colegas de generación, bastará con remitirse al modelo francés de la Grand Ópera, siempre de la mano en cuanto a infortunios.  Para la apertura de temporada de 1880/1, en el Teatro Apolo, Marqués entregará la Gran Sinfonía de pot- pourri, sobre motivos de zarzuelas modernas, para orquesta y banda sinfónica,  siguiendo los dictados y sugerencias de pluma del maestro Barbieri, visto el maestro, fácil será imaginar el resultado de un trabajo de circunstancias, oficio que dominaba con creces, lo que no desmerecerá junto a otras obras de parecidos recursos, la habitual presencia en las programaciones de temporada, especialmente para Bandas Populares, otra obra de aquel año, será la Polonesa nº 4; también La canción del marinero, incluida en los logrados Conciertos de Verano. El Teatro Apolo, centro de reclamo para obras escénicas con menos enjundia, dio cabida a obras desechadas por el Teatro de La Zarzuela, y será allí en donde podrían asistir a estas obras que lucían menos galones: La Sinfonía sobre motivos de zarzuelas modernas, respaldada con éxito a tenor de la opinión conservada en la Crónica de la Música Moderna, aprovechando el acontecimiento  que supuso la visita de Camille Saint-Saëns a Madrid, en octubre de 1880, motivo por el que se celebraron conciertos extraordinarios, en los que tuvo parte activa la poderosa Sociedad de Conciertos. Poco faltará para que Marqués, sea reclamado para formar parte del jurado encargado de dictaminar sobre la compañía formada en el Teatro Real, junto a Arrieta, Inzenga, Espín y Guillén y Saldoni. Preparando su salto cual hombre público que era, a una reunión convocada por Arderius, nuevo empresario del Teatro de la Zarzuela junto a compositores y autores dramáticos, para demandar la creación de un nuevo repertorio lírico, iniciándose la temporada con Marina y El  anillo de hierro. A petición de Arderius, volvería a repetir en el género zarzuelístico con La cruz de fuego, sobre libreto de Estremera, pero tras intentos fallidos acabaría renunciando por decisión del empresario pese a estar anunciada, todavía quedaban los beneficios del reconocimiento de los aficionados y el estreno previsto para el Teatro de La Zarzuela, que deberá trasladarse al Teatro Apolo, entonces arrendado por la Sociedad Lírico- Dramática de Autores Españoles, que respaldó obras de Marqués o de Arrieta y de  Chapí, como La bruja. La última obra orquestal de la Sociedad de Conciertos, sería la Polonesa de Concierto, ofrecida en el Teatro del Príncipe Alfonso, el 6 de marzo de 1887, en el Segundo Concierto de la conocida Serie de Primavera. Obra aplaudida y aclamada por los aficionados que le obligó a salir a responder al entusiasmo mostrado por un público generoso. Todavía quedará tiempo para algún que otro  fracaso como fue el sainete lírico en un acto y en prosa de Ernesto Sánchez Pastor, El centinela, estrenado en el Teatro Apolo el 20 de enero de 1892, con un libreto ciertamente desafortunado  por la inverisimilitud de los personajes.

Ramón García Balado

 

05/08/2024

Concierto de profesores del XLVI del Curso U.I. de Música en Compostela

 Capilla del Hostal de los RR. CC., Santiago de Compostela

Concierto en la Capilla del Hostal de los RR.CC- día 8, a las 20´00 h-, a cargo de cuatro profesores del Curso U. I. de Música en Compostela con obras de Enric Granados, David del Puerto y Joaquín Turina.  Cuatro profesores pues, en esta ocasión para un encuentro abierto con la ciudad. Stephan Picard- violín-, formado con Saschko Gawriloff, Wolfgang Marschner, Rami Shevelov y Roman Nodel, ganador de concursos como el Deutscher Musikwettberb y el María Canales  (Barcelona), además del Rodolfo Lipizer (Goritzia), colaborando con agrupaciones como la Beethovenhalle Bonn, la Bremen Philharmonie y la O.C. de Munich.   Stephan Forck-chelo-, nacido en un ambiente netamente musical, tuvo como maestro a Josef Schwab, y fue miembro del Cuarteto Vogler desde su fundación en 1985, produciendo registros para la RCA, NIMBUS, SONY y CPO, ofreciendo recitales a nivel internacional. El chelista fue profesor en la Hochschule für Musik Hanns Eisler (Berlin, 1999), tras estudiar con Bernard  Greenhouse.  Ashan Pillai- viola- estudió en la Merchant Taylors School (Londres), y en la Royal Accademy of Music, de la capital inglesa. Amplió en la South of California University (Los Ángeles) y en el Banff Center (Ontario), disfrutando del magisterio de John White, Donald McInnes y Karen Tuttle. Sus hijas, a las que vimos crecer como acompañantes en nuestro Curso, Amalia y Priyanka, tocan la viola en el Conservatorio de Badalona.  Andrei Banciu- piano- procedente de Timisoara (Rumanía), comenzó sus estudios en su ciudad natal  con Maria Bodo, para seguir en Berlín en la Udk (Universidad de las Artes), con Klause Hellwig y en la Hochschule für Musik Hanns Eisler, con el profesor Fabio Bidini.

Enric Granados, del que tuvimos una muestra en el concierto del Cuarteto Lucent & Riccardo Guella, con la Romanza, para cuarteto de cuerdas, estará por el Quinteto para dos violines, viola, chelo y piano Op.49, el Granados más genuino en el espacio cameristico por esta página que escuchamos con relativa frecuencia, un capítulo de sus obras pensadas para ser interpretadas preferentemente en su ámbito más cercano, del que el autor sería el primer interesado en cultivar. De la serie de composiciones, la que abandera el catálogo es precisamente esta obra Op. 49, a la que sigue muy de cerca el Trío Op. 50 o la Sonata para violín y piano. Una etapa imaginativa e intensa sin aparentes y grandes ambiciones que traería como ejemplos la Escena religiosa, los Intermedios de la Misa  de boda de Dionisio Conde; la citada Pequeña Romanza, para cuarteto de cuerda. Las Op. 49 y Op. 50, recibieron un buen trato en su estreno ofrecido en el  Salón Romero, de Madrid, quizás por su espíritu reconocidamente deudor de la tradición romántica, todavía pujante en aquellos años. Será en el trío donde la parte del teclado se eleve a las alturas por su virtuosismo que enlaza con el Allegro de concierto, a pesar de caer en el olvido durante años. Una clara impregnación de estilismos  románticos-modernistas, serán una seña de identidad de se confirmará en el resto de las obras camerístas, una necesidad expresiva para la búsqueda del encuentro entre las tendencias estéticas del momento, la posteridad dejará una serie de obras que permanecerán en un incomprendido olvido, quizás por voluntad expresa del autor.

David del Puerto, titular de la Cátedra de Composición, con el Trío de Trasmiera (2018), para violín, chelo y piano, género  en el que dejó excelentes frutos, algunos por personal urgencia y otros como encargo, obras como La encina de Jade, para Pedro Bonet y Belén González; La luz del agua (2013), recreación a partir del melólogo de igual título; Boreal (2015), relectura para fagot, trombón y guitarra, procedente del de viola, flauta y guitarra. Este Trío de Trasmiera, como reclamo de un concurso de aquella localidad cántabra, el Ecoparque de Trasmiera de Arnuero; Fantasía y Mito, solicitud de la Fundación Orfeo, para J. Arias y Stoyan Paskov o El Mirlo en la Corte de los Omeyas. Obra de gran reclamo, había sido la operita a medias con Mónica Maffia, Lilith, luna negra, en el libreto, un trabajo de hace un par de años para la Fundación Juan March, en la que destacaron como solistas Joana Thomé da Silva, mezzo, como Lilith; Ruth González, soprano, como Eva y el barítono Enrique Sánchez Ramos, como Adán, bajo la dirección de Alexis Soriano. David del Puerto fue alumno de Francisco Guerrero y se preocupa de la composición desde una mixtura de gestos y acciones provenientes de la historia. Del clasicismo toma el pulso motórico y el sentido de la unidireccionalidad del discurso y su impulso hacia adelante. Del modernismo, retiene el trabajo sobre su proliferación  polifónica y el gusto por su movilidad del material.

Joaquín Turina- Cuarteto para piano, violín, viola y chelo en La m. Op. 67, obra  dedicada a José María Guervós y que fue estrenada en la Sociedad Filarmónica de Madrid, en mayo de 1932, por la insigne Pilar Bayona y miembros del Cuarteto Rafael. La partitura está fechada el 12 de agosto, y el primer tiempo tiene forma de lied, en cinco secciones con una introducción. Hay un motivo fundamental de cuatro grados conjuntos ascendentes con terminación andaluza; en la cuarta sección destaca un hermoso canto del violonchelo. El segundo tiempo es de carácter vivo, dentro del estilo de un scherzo: en el trío (Lento), remite a elementos del Primer movimiento, finalizando con un tiempo el forma sonata  muy  libre, cuyas secciones de desarrollo y reexposición parecen fundirse acogiendo además, alusiones a temas previos, destacando una melodía del chelo.

Ramón García Balado     

Comienzo de curso en el CMUS, con la actuación de Isabel Rei Samartim, Carmen Ferreiro y Miguel Vizoso

  Conservatorio Profesional de Música de Santiago de Compostela Heitor Villa-Lobos   Actividad de apertura del curso en el CMUS, con un con...