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24/07/2025

Jeroen Den Herder & Evelina Vorontsova: Peregrinos Musicais, en la Praza de Mazarelos

 Praza de Mazarelos, Santiago de Compostela


Concierto en A Praza de Mazarelos en las actividades de Peregrinos Musicais- día 28, a las 20´00 h-, con la actuación del chelista Jeroen Den Herdey- alumno de  Dmitri Ferschtman y D. Rostropovich y la pianista Evelina Vorontsova, quien sustentó su formación  en centros de ampliación en Moscú y en Amsterdam.  En programa, Zoltán Kodály con Tres corales sobre temas de Bach, para violonchelo y piano: Ach, was ist doch unser  Leben; Vater unser im Himmelreich y Christus, der uns selig macht, compositor que estudió en la Academia de Budapest en el aula del ilustre H. Koessler, en donde compartió experiencias de criterios y proyectos con Béla Bartók, mostrando interés por el género coral, tanto sacro como profano, mientras investigaba en la Biblioteca musical de la Catedral de Nagyszombat- su nombre de entonces-, en la que era miembro coralista, interesándose por el violonchelo, en calidad de autodidácta, antes de probar con violín y piano. En ese período de evolución, realizará su tesis universitaria de fundamental trascendencia, a partir del material tomado de herencias populares, especialmente en el legado de canciones, un ejercicio que compartirá con Béla Bartók, y cuyos resultados encontraremos en repertorios actualmente en plena vigencia, un beneficioso resultado que había tenido sus fundamentos con un maestro como Béla Vikar, que sería el puente que le llevó realizar lo que dará en llamarse labor de campo, un estímulo que se respiraba en el ambiente y que supondrá una verdadera correa de trasmisión. Viajó a Bayreuth, el centro sagrado wagneriano y casi inmediatamente a París, en donde podrá conocer a Widor y a Claude Debussy, una afortunada impregnación de las corrientes tomadas del impresionismo, las mismas que se intercalarán con los repertorios sobre los que venía trabajando. Un extenso período, entre 1907 y 1940, ejerció la docencia en la Academia Ferenz Liszt, de Budapest, en el ámbito de la composición, estímulo que será una referencia de su carrera, la misma que le ayudó a crear su propia escuela que mantiene su vigencia a través de sus alumnos. La escuela húngara, tiene sólidos argumentos arraigados en nuestra tierra, por alumnos de esa escuela que han seguido sus fundamentos desde hace más de una década. La obra camerística, está presente en nuestro ciclos de conciertos pero para esta ocasión, podremos asistir a una de sus típicas obras didácticas, la serie de tres preludios corales que van desde el BWV 742 al BWV 762, para completar con el BWV 747, todas ellas para chelo y piano. No dejaremos al margen otras transcripciones como el Preludio y fuga, en Mi b, de El clave bien temperado (libro I), igualmente para dúo de chelo y piano o las obras didácticas Epigramas (serie de nueve vocalices), para voz y piano y las Danzas de Kallo, editadas por David Oistrakh.  


Los países eslavos aportarán corrientes de indagación y renovación con músicos como los citados a lo que se unirán Gyorgy Kurtág, Ligeti o una extensa serie de innovadores, pero para esta cita, convendrá que recordemos a Sashom Komitas, del que se nos descubrirán las Tres canciones  de Armenia, personaje fascinante con una infancia desafortunada al perder pronto a sus padres, y que por circunstancias de la vida, las posibilidades de dedicarse a la música resultaron menos traumáticas de lo que podría presumirse, estudiando en su propia tierra en donde se interesaría al igual que los Kodaly o Bartók, por las músicas tradicionales, un oficio que resultará una constante a lo largo de toda su vida, particularmente jalonada de experiencias traumáticas. Su personalidad creativa, dejará memoria en más de 3000 obras de todo género, desde obras puramente instrumentales a composiciones corales, por las que siempre mostró un gran interés ya desde sus años como estudiante. Su nombre comienza a ser valorado en su justa medida y para ejemplo, la visión que nos aportarán los dos músicos de hoy.  Komitas había estudiado en la Universidad de Berlín, junto a Richard Schmidt, en ese agotador trasiego de vivencias que le llevaría a París, en donde moriría tras dejar obras testimoniales como Badarak (Divina liturgia), un compositor que valdrá la pena descubrir.

Fréderick Chopin- Sonata en Sol m. Op. 65, para chelo y piano, en su tiempos Allegro moderato; Scherzo; Largo y Allegro, obra sobre la que mostraría cierta desafección, detalle del que sabremos su opinión por sus escritos, obra que a la postre, serán menos conocida tras ser compuesta entre finales de 1845 y 1847, llegando a ser la última de su catálogo en la relación dejada por el autor. Hacia 1847, Chopin y Auguste Franchomme, interpretaron este dúo para chelo y piano, antes de divulgarse en público en una sesión ofrecida en febrero del año siguiente, en la famosa Salle Pleyel parisina. A pesar de su larga gestación, resultará una de sus piezas más densas y emotivas, modelo de su consolidada madurez, que nos ofrece un estilo creativo que avanza nuevos estilos que con seguridad, el franco/polaco, hubiese deseado abordar. Un estilo que concilia la riqueza armónica y la sutileza melódica, más peculiarmente chopiniano, por la profundización y atrevimiento en las características expresivas y técnicas, especialmente en el violonchelo, a través de una escritura reflexiva en la que el contrapunto y la escritura formal, revelan una sorprendente libertad de tratamiento.

Sergei Rachmaninov- Sonata en So m.Op.  19, en su tiempo Andante-, que deja la impresión de una pausa intemporal, de un humor ciertamente mendelsshoniano, una respuesta de contraste frente a los movimientos precedentes: Lento: Allegro moderato y Allegro scherzando, en los que el piano resultaba más inquieto y febril. Una especie de Lied, propuesto por el teclado, enfrenta dos melodías con todo su brillo natural, antes de ceder un evidente protagonismo al violonchelo. Una primera melodía que oscila melancólica mente, entre mayor y menor, sobre un rico acompañamiento armónico, cede el paso a la segunda en un ritmo ternario, a través de tresillos iniciales, hacia una reexposición que concede al violonchelo en una amplia meditación, con respuesta aguda del piano, en esta obra comenzada en el verano de 1901 y termina en el otoño de ese mismo año

Ramón García Balado

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