05/11/2025

Ana María Patiño Osorio, dirige a la OSG, en obras de R.Schumann, A. Dvorak y J. Brahms

 Palacio de la Ópera, A Coruña


Concierto en el Palacio de la Ópera de A Coruña, con la OSG dirigida por la colombiana Ana Mª Patiño Osorio, día 7 a las 20´00-, para un programa que incluye la obertura de la ópera Genoveva, de Robert Schumann; la Serenata para cuerdas en Mi M., de Antonin Dvorak y la Sinfonía nº 1, en Do M. Op. 68, de Johannes Brahms. Ana María Patiño Osorio, estudió en la Universidad EAFIT de Medellín, teniendo como principal maestro a Alejandro Posada, antes de trasladarse a la Universidad de Zurich, en donde se graduó en 2021, con Johannes Schaefli, recibiendo también el galardón del Premio Nacional de Mujeres de la O. F. de Bogotá, y el International Conductors Competition G. Solti (2020). Fue invitada por certámenes como los de Tanglewood y Lucerna, mientras asistía a masters con maestros como Herbert Bloomsted, Thomas Adès o Paavo Jarvi. Fue directora asistente de la O. de la Suisse Romande e invitada por maestros como Daniele Gatti y Daniel Harding. Una beca del Dirigentforum des Deutshen Musikretes, fue clave en la promoción de su carrera profesional.

Robert Schumann- Obertura de la ópera Genoveva Op. 81- obra pareja a otros intentos dentro del género lírico como La novia de Mesina o Hermann y Dorothea, inspiradas en las dramaturgias de Schiller y Goëthe. Genoveva, es obra abordada en un breve espacio de tiempo y cuyo resultado final será un drama en cuatro actos, con resultados inevitablemente inseguros ya desde su estreno el 25 de junio de 1850, en Leipzig, recibiendo un trato poco generoso de Hanslick, quien resumirá que la ópera carece de coherencia dramática, aspecto de redunda en lo propiamente musical; para Franz Brendel, en una opinión publicada en el Allgemeine Musikalische Zeitung, se lamentará de la falta de luces y sombras, dejando embotada la percepción del oyente. La obertura puede considerarse como una de sus páginas orquestales más logradas, presidida por una lenta introducción que observa un aire de recitativo sencillo, dentro del espacio de un Allegro de sonata, en tiempo moderado y que incluye disimuladamente pasajes de la propia ópera, recreados por un desarrollo que ofrece una confirmación de las tensiones requeridas hacia un final sugerido por una llamada de trompas, hacia una coda marcada por amplios acordes de los metales

Antonin Dvorak- Serenata para cuerdas, en Mi M.-, composición encuadrable en el catálogo de suites y serenatas, lo que viene a confirmar estilismos profundamente tratados, que tendrán refrendo también en la Serenata para diez instrumentos de viento, violonchelo y contrabajo Op. 44 o la Suite checa para pequeña orquesta, en Re M. Op. 39. Las afinidades de tratamiento en lo musical con Johannes Brahms, serán siempre reconocidas, y que confirmaremos con oberturas como Husitska Op. 67 o el poema sinfónico Vodianik Op. 107, y las celebérrimas Rapsodias eslavas. La Serenata para cuerdas, será obra que se reciba con los triunfos de garantía bajo el brazo, para que la estrene en Praga Adolf Cech, el 10 de diciembre de 1876, poco después de haber sido escrita. Sus tiempos resultan encomiásticos por su planteamiento musical. Un Moderato en forma de entrante, observa una idea tripartita plena de argumentos alusivos a las inspiraciones tomadas de la tradición. El Tempo di valse, en Do sost. m., recrea un estado entre melancólico y ensoñador, muy cercano al que ofrece en algunas obras camerísticas. El Scherzo, apacible a la par que flexible, aporta una seductora cantinela que otorga su gracia al conjunto de la obra, destacando en los violines en el trío. El Larghetto, reafirma el ansiado clima nocturno que beneficia la idea de la obra, que nos llevará  al Finale, que recupera ideas del tiempo precedente y del primer movimiento. La unidad ansiada en la Serenata, convirtió a la obra en una de las más logradas, cercana en recursos estilísticos a los de sus sinfonías

Johannes Brahms- Sinfonía nº 1, en Do m. Op. 68-, obra sustentada por la temida prudencia y las inevitables cautelas que embargaban al compositor, tendría una primera interpretación el 4 de noviembre de 1876, con la orquesta del gran ducado de Karlsruhe, urbe distante de los grandes centros acostumbrados, dirigida entonces por Felix Otto Dessoff, ante el consentimiento del autor, una experiencia gratificante, antes de que poco después, tenga una nueva interpretación en Mannheim y Munich, preparando la ofrecida en Viena, que tuvo lugar en la Gesellchaft der Musikfreunde, bajo la dirección de Hermann Herbeck, con presencia de Brahms. Quedan datos que no dejarán de suscitar perplejidades, como el temor al resultado previsto, por lo que se había organizado entonces una primicia en casa del fabricante de pianos Friedrich Ehrbar, ofreciendo la obra en transcripción para piano a cuatro manos, con Ignaz Brull, lo que motivaría el reparto de dos espacios de opinión, uno favorable representado por Hanslick y el oponente que tendrá como cabeza visible a Hirsch, crítico ciertamente perspicaz que encabezaba al Wienerzeitung. Hanslick,  crítico a la par de la Neue Freie Presse, aportará una apreciación que sentará precedentes: La nueva sinfonía es prueba de una voluntad poderosa, de un pensamiento musical lógico, de una grandeza de facultades arquitectónicas que ningún compositor contemporáneo posee…No hay compositor que se haya acercado tanto a las grandes sinfonías de Beethoven. Dentro del ambiente íntimo del autor, Billroth, su médico vienés, sabrá atinar en su apreciación: Se basa en un recorrido de diferentes estados de ánimo y emociones, del mismo modo que la Novena de Beethoven. Pero al mismo tiempo su originalidad creativa emerge  esta obra con particular creatividad.

El Allegro se anuncia con una grandiosa introducción que concentra una extraordinaria tensión con la mayor parte de motivos en un clima sombrío y desolado, elaborado a partir de tres temas, desde uno vigoroso a otro tierno y melancólico para redondear con tercero rítmico. Tras el desarrollo, sobre diversas combinaciones, nos hallamos ante una especie de puente, camino de una coda, tomada de ideas secundarias. Un milagroso juego de equilibrios que nos lleva al Andante sostenuto, que seduce por una idea de reflexión interiorizada, desde un primer tema solemne y lírico, que impone su trazado en el episodio central, en manos de cuerdas con respuesta de oboes, forma típica de los intermezzi brahmsianos. Un poco allegretto e grazioso, claramente en forma de scherzo, bascula entre una serena y elegante placidez, quizás insinuando lo que darán en llamar una velada  sonrisa gris-azulada, suspendida melancolía recreando una apacible serenidad, dejando claro protagonismo a los clarinetes por su timbre familiar, sobre pizzicatos de los chelos que recupera un afable clima ya escuchado previamente. El Finale (Adagio-Piú Andante-Allegro no troppo ma con brio), culmina la sinfonía, dividida en tres secciones, desde el Adagio, solemne y oscuro, además de hierático, en el que se adivinan concomitancias con el mundo beethoveniano, hasta la serie de temas profundamente contrastantes, en una evocación de la naturaleza, reconocible por el protagonismo de un corno alpino, tomado de una cantinela escuchada en Suiza, permitiendo el desenlace de la coda, amplia, compleja y portentosa.

Ramón García Balado

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