Igrexa de San Nicolás, A Coruña
Concierto en la Igrexa de San Nicolás de A Coruña- día 4, a las 20´30 h-, con el violinista Kevin Zhu, que ofrecerá la integral de los Caprichos para violín, de Niccoló Paganini, en invitación abierta, un intérprete premiado en los Concursos Yehudi Menuhin y del LV Paganini, de Génova, con tal solo 17 años, presentándose profesionalmente en el Carnegie Hall, en 2019, había tenido como maestros a Li-Ling, en el Conservatorio de San Francisco y también al mítico Itzhak Perlman, ampliando su currículo la beca Kovner, para ampliar en la Juiliard School, neoyorquina. Artísticamente, colaboró con Los Virtuosos de Moscú, de Vladimir Spivakov; la Orquesta de Cámara de Viena, la O.S. de San Petersburgo, la O. S. de China y recientemente en el Queen Elisabeth.
Niccoló Paganini (1782/1840), fue un talento con precedentes poco reconocibles, maestros que habían destacado por sus actitudes serenas e incluso algo retraídas, nombres como los de Arcangelo Corelli, Gaetano Pugnani, Giuseppe Tartini, Pietro Locatelli o Antonio Vivaldi, los grandes de la escuela barroca. En su caso, dentro de un salto de estéticas de época, no solo cambió completamente la concepción de la ejecución y su evolución, sino que dio cauce a un planteamiento del propio virtuosismo, un patrón que dejará constancia a partir del XIX, ayudando a crear la idea del artista como héroe, aupado precisamente por esa idea del virtuosismo provocador. Espectacular y extravagante, elementos ajenos al mundo de la propia música, encumbraran la figura del peculiar personaje; algo de luciferino acabarían encontrando en su presencia escénica, imponiendo un nivel de interpretación casi imposible de superar, atendiéndonos a los cánones al uso. Un éxito, como queda dicho, ratificado por una incomparable técnica que generaciones posteriores, sabrá valorar en su justa dimensión. Efectivamente no existían precedentes de determinados aspectos que dejarán esa huella en la historia: el pizzicato de ambas manos, los armónicos en una octava más baja, los múltiples cambios de tonalidad, el particular empleo del arco, las prolongaciones nunca vistas y la rapidez de cambios de tonalidad, la pulsación de las octavas, los solos en una cuerda. En su juventud, había practicado obsesivamente las posibilidades que le ofrecía el instrumento, adentrándose ante el público con una actitud poco cauta, al buen entender de los aficionados, los mismos que se sorprendían por su figura desgarbada, ciertamente desaliñada, casi un gnomo saltarín, con el codo pegado al cuerpo y moviendo la muñeca incansablemente para accionar el arco del violín. Durante las ejecuciones, solía agitar el arco y hacer muecas, mientras adelantaba uno de sus pies, marcando el compás. Misterioso como pocos, arrastraría la inevitable comparación con un mundo oculto, en el que fomentaría leyendas como las que sostenían su posible pacto con el Maligno. Liszt, que llegó a escucharle, sintió de golpe lo que calificaría como una súbita revelación.
Paganini cultivaría igualmente la guitarra, repartiendo su vida entre Génova, Lucca o Parma, y entre los trabajos de sus primeros años, aparecen unas variaciones para violín y guitarra, La Carmagnole (1795) y los Caprichos para violín Op. 1, compuestos a partir de 1802, que serán publicados por la prestigiosa casa Riccordi, de Milán, en 1820, serie de piezas dedicadas a varios artistas, teniendo como modelos de referencia, las herencias del siglo XVIII, una divagación claramente asumida, a la que concederá su propio sello. Una serie de 24 caprichos que, aparentemente, se presentan como brillantes alardes muestras de recursos interpretativos, en los que se resumen las urgencias inherentes a las demandas de las técnicas requeridas, un tanteo de funambulismo atrevido que se apoya en un criterio poético de largo alcance, condensado dentro de una soberbia imaginación sin pudor ni concesiones. Un atractivo que iremos descubriendo paso a paso desde el Primero, dominado por agotadores arpegios, al Tercero, a caballo entre un canto en octavas, con un Presto desbocado. El Séptimo, arriesga en el límite de las octavas; el Capricho nº 15, se reparte entre una melodía en octavas y staccato y una continuación con acordes insistentes de brillantes rasgos de virtuosismo. El Capricho nº 18, se inicia con una Corrente, aparentemente tradicional que poca relación mantiene con el estilo tradicional y que se expresa sobre la cuarta cuerda, detalle que compositores anteriores miraban concierta desconfianza. El Capricho de conclusión, el nº 24, en La m., se sostiene sobre un tema con variaciones, un tema sencillo y regular que se convertiría en pieza de gran aceptación, también entre los pianistas, merced a sus variaciones de bravura sobre el staccato (la primera); el cromatismo (la cuarta); las quintas y las décimas (la sexta) o la alternancia de los pizzicatos del arco o los golpes de arco (la novena). También una consideración para el Capricho nº 13, titulado La risalta (La carcajada), por su evidente peculiaridad. Cada uno de los caprichos en su despliegue condensado, queda enmarcado necesariamente por episodios contrastados que ayudan al encadenamiento del conjunto de las piezas, siempre en el espacio de un notable virtuosismo al que dará argumentos el intérprete. El músico nacido en Génova, había sido animado por su propio padre a entregarse a la interpretación y la composición, una vez descubiertas sus cualidades innatas, será la leyenda quien añada nuevas dimensiones a su peculiar legado, tras sus estudios primerizos con Servetto, y que él mismo sabrá llegar a la dimensión de sus ambiciones, gracias a lo que serán los años entregados al autodidactismo, quedan en medio otras experiencias en otra de sus etapas, como la de Parma, en donde mantendría relaciones artísticas con Rolla, poco antes de triunfar en Lucca. Una anécdota en su vida, será el encuentro con unos magnates franceses, magnetizados por su forma de tratar el instrumento, le facilitarán la adquisición de un violín Guarnerius, de 1742, un compañero del que será fiel amigo durante toda su vida.
Ramón García Balado

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