Facultade de Xeografía e Historia, Santiago de Compostela
Punto de encuentro en el ciclo dedicado a Cantantes líricas galegas dos séculos XIX e XX que nos invita a descubrir un filme prácticamente desconocido y realizado en 1934, a partir de la zarzuela Doña Francisquita (Amadeu Vives), con presentación del profesor de la USC Xosé Nogueira Otero, en la Facultade de Xeografía e Historia – día 20, a las 18´30 h.-, una zarzuela que entonces, tuvo como protagonista a Matilde Vázquez, en el rol de Aurora (la Beltrana). Fue Matilde una cantante realmente popular y admirada durante aquellos años, por su participación en películas entre las que destacaron Prim, esta que nos afecta en esta cita, La última falla (1940), de Benito Perojo o Todo por ellas (1943), de Adolfo Aznar. Junto a Luisa Fernanda o La Picarona, se añadirían Los claveles, La chulapona, alternando papeles de soprano con los de mezzo d´utilité, gracias a su espléndida voz dotada de un notable color y volumen, se decía que su canto resultaba poco ortodoxo, temperamental e intuitivo, gracias a su fogosidad permanente como argumento preciso, que la llevaría al final de su carrera, a una exageración redundante en cuanto a la acentuación de los detalles escénicos, en beneficio de un vibrato demasiado intenso. Sus mejores resultados, los había dejado para los sellos Parlophon y Odeón.
Hans Behrendt (1889/ 1942) realizó en 1934 Doña Francisquita, un alemán tras una vida precipitada desde sus estudios en la Ac. de Arte Dramático Ernst Busch, en Berlín, interesándose por las artes Rex (Federico II, de Prusia), período en el que compaginaba oficios de actor con los de director. En esa escénicas y el mundo del cine en sus orígenes, probando con Bobby E. Lüthge, en un biopic Friederich necesidad de aventura llegará a nuestro país en 1934, antes de seguir en Viena (1936), para realizar Fräulein Lili, en el Theater der Josefstadt, y continuar posteriormente en Bruselas y en la Francia de Vichy. Años convulsos que supondrán la amargura del secuestro que le trasladará a Alemania por su condición de judío, y que acabará con sus días en el campo de concentración de Auschwitz (Polonia).
Behrendt fue uno de aquellos alemanes que contribuyeron a la consolidación del mundo del cine en nuestro país, entre otros como el suizo Arthur Porchet (Hogueras de la noche); los franceses Raymond Chevalier (Dale de betún), o Jean Gremillon (La Dolorosa o ¡Centinela alerta!) y los latinoamericanos Carlos Sanmartin (Cantos de ruiseñor) y Adelqui Millar (Madrid se divorcia). No menos importancia tendrá la representación alemana incorporada a la industria española y entre la que aparecen Adolf Trotz (Alalá, 1943), nuestro Behrendt y Doña Francisquita o el muy activo Max Nossik (¡Alegre voy!). La mayoría de aquellas producciones, dispusieron de financiación alemana bajo el soporte de Ibérica- Filmes S.A. En gran medida, una cantidad considerable destacaron por su calidad para las posibilidades de entonces y otro ejemplo sería el filme del francés Harry d´Abbadie d´ Arrast, con el realizado a partir de El sombrero de tres picos (Pedro Antonio de Alarcón), que dispuso de la colaboración de Eleanor Boordman, Hilda Moreno, Alan Jeayes y Víctor Varconi, con ilustración musical de Rodolfo Halffter, recurriendo a un estilo de folklorismo musical. La productora había sido fundada por David Oliver, en Barcelona, un judío polaco (1880/1947), cuya familia se había establecido en Bremen en 1905 antes de exiliarse en Barcelona en 1934 y huir a Inglaterra con el comienzo de la Guerra Civil. Allí probará proyectos con Alexander Korda.
Entre las producciones basadas en sainetes o zarzuelas llevadas a cabo en España, recordaremos títulos como Carceleras (José Buch, 1932), uno de los primeros en abrir brecha y que inauguró el período sonoro; La Dolorosa (Jean Grèmillon), mano a mano con Doña Francisquita: La farándula (1935), de Antonio Momplet; La Reina mora (1936), de Eusebio Fernández Ardavín; Bohemios (1937), de Francisco Elías y para mayor énfasis, La verbena de La Paloma (1935), sainete de Ricardo de la Vega y Tomás Bretón, que dirigió el muy prolífico Benito Perojo, cuyo éxito arrasaría en taquillas
Doña Francisquita, comedia lírica de Amadeu Vives sobre libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw, destinada al estreno en el coliseo por excelencia del género, el Teatro Apolo- 17 de octubre, de 1923-, a mayor gloria de María Isaura, Cora Raga, Felisa Lázaro, Beatriz Carrillo, Ricardo Güell o Antonio Palacios, tendrá como antecedentes la intención de componer una obra inspirada en los madriles confiada a esos libretistas desde la adaptación libre de La discreta enamorada de Lope de Vega, coincidiendo en fechas con el fallecimiento de Gerónimo Giménez, en la absoluta indigencia, personaje con el que había colaborado en varias ocasiones. Una lenta elaboración prevista para un desarrollo en cuatro actos, que poco contribuyeron a las pretensiones del autor, dejando los dos primeros en uno. En su interés, se decidirá por un joven intérprete, Juan de Casenave, jaleado por títulos como Balada de carnaval o el tratamiento de Bohemios en forma de ópera; para el rol femenino, la citada María Isaura, con solvencia en el mundo operístico. Aventura en la que igualmente tuvo argumentos el empresario argentino Francisco Delgado, del que se contaría una jocosa y chocante anécdota.
En su evolución, habremos de tropezarnos con el fatídico asunto de un fatal accidente sucedido poco antes del estreno, que obligaría a la participación de cuatro colegas a completar la orquestación de la zarzuela. Joaquín Turina, se responsabilizó del final del primer acto, después de La canción del ruiseñor y del principio del Segundo; Conrado del Campo, optó por el Segundo acto, en su final, además del dúo de La Beltrana y de Fernando. Pablo Luna, orquestó el coro de románticos, dejando a Ernesto Rosillo, para el dueto de Francisquita y Francisca, del Primer cuadro del Acto segundo, que sólo se cantó en la noche del estreno, descartándose por su interés escaso. Chispero, en su sagacidad, supo destacar la canción de Francisquita, llevando a los aficionados al éxtasis, en un murmullo de admiración. Mayor trato se llevó La canción del ruiseñor, de la que se aceptada que Vives, devolvía a Madrid aquel himno genial que, de ser nuestro pueblo un poco más aficionado a la canción conjuntada, quedaría como un auténtico himno obligado. Casenave, hubo de bisar tres veces la romanza Por el humo se sabe dónde está el fuego. El coro de románticos y el bolero de Candil, hicieron pareja en el éxito logrado. Una recepción que logrará una de las cifras más reseñable de difusión, representándose en dos décadas 5.210 funciones, repartidas entre Madrid, Barcelona y Buenos Aires, con cálculos que superarían los quince millones de las pesetas de entonces, y que inevitablemente arrastraría parodias de la misma: Doña Francisquita, la maleva (Ivo Pelay), con ambiente arrabalero porteño además de otras en inglés y el francés. Una primera se estrenó en Montecarlo, en 1933, obra de André de Badet y René Gilbert. Ladislao Vajda, curioso director de cine, dirigió otra en 1953, con Mirtha Legrá y Armando Calvo.
Ramón García Balado