Palacio de la Ópera, A Coruña
La pianista coreana Yeol Eum Son será solista del Concierto para piano en Fa M. de George Gershwin, con la OSG en el Palacio de la Ópera de A Coruña, dirigido por Manuel Hernández- Silva, completando programa con la Sinfonía nº 12, en Re m., Op. 112 (El año 1917), de Dmitri Shostakovich - días 21 y 22, a las 20´00 h-, intérprete que se dio a conocer con la New York S. O., con Lorin Maazel (2004), tras consolidar su trayectoria de formación llevada a buen puerto en la Hochschule für Musik und Theater Hannover, con Arie Vardi, y la obtención de la Medalla de Plata del Conservatorio de Moscú en 2011. Fue dirigida por maestros como Yuri Bashmet, Karol Mark Chichon, Valeri Gergiev, Myung-Whung- Chung, James Conlon, Lawrence Foster, con agrupaciones relevantes como la New York Philharmonic O.; la Rundfunk Deutsche P.; la NDR Radio Philharmonic; la O. S. de Seattle; la O. F. de Rotterdam; la O.F. Checa; la Saarbrücken Kaiserlautern, además de asistir a las actividades propiciadas por la Academia de St. Martin-in-the- Fields
George Gershwin-Concierto para piano en Fa M.-, obra surgida por sugerencia de Harry Harkness Flagler, presidente de la Sociedad Sinfónica de Nueva York, para ser estrenada por Walter Damrosh, quien habría de estrenar en Estados Unidos la Cuarta Sinfonía de Mahler y la Tercera, de Bruckner, en un período en el que se fusionaron esa Sociedad y la Philharmonic, obra que le ocupó el período estival de 1925, preparando su trabajo en privado en el Globe Theate. El estreno con la Sinfónica de Nueva York, incluyó la Quinta Sinfonía de Glazunov, y las Suites Inglesas, de Rabaud, y para completar esta obra, había recurrido a Ernest Hutcherson, quien le facilitó un apacible retiro en Chautaqua, en donde este maestro dirigía un curso de piano. Este concierto despliega la gama de sensaciones mucho más flexibles de lo ofrecido en otras obras, por chispa y frenesí, que ya conocíamos, dentro de una deslumbrante poética, aspectos que supo resaltar Walter Damrosh. El estreno en Europa, el 29 de mayo de 1928, tuvo como solista a Dmtri Tiomkin, bajo la dirección de Vladimir Golschmann, antes de que dos de sus movimientos se incluyesen en 1932, en el Segundo Festival Internacional de Música Contemporánea de Venecia, actuando como solista Harry Kaufman, con Fritz Reiner.
El Concierto en Fa M., no deja de aportar detalles tomados en préstamo de las influencias centroeuropéas, algunas que nos recordarán a Rachmaninov, por la arrogancia de desenvoltura entremezclada en esa ostensible querencia por las ideas tan propias del mundo del jazz, logrando un resultado que mantendrá en afortunado equilibro con la Rhapsodie in blue, aunque dentro de una perspectiva diferente. Un Allegro precedido por un detalle sincopado- el jazz en sus orígenes, en un devaneo de charleston-, hacia un tema en forma de preámbulo incisivo propuesto por timbales y fagot, a los que desplazará el piano que se convertirá en una forma de impostación nerviosa, imponiendo la esencia de su protagonismo auspiciado por un amplio desarrollo que describe el talante de la obra, por sus valores rítmicos y la delicadeza de sus trinos y arpegios fogosos. El Andante con moto, una prolongación del tema inicial, destaca el protagonismo de la trompeta con sordina, y una respuesta difusa de clarinetes, en un aire trémulo y nervioso- Debussy en su melodismo, servirá como inspiración- , para conceder un aspecto idiomático en ese acercamiento a un sonido tomado de la herencia del blues, comenzado precisamente por el piano. Un trío de clarinetes, ofrecen un a modo de passacaglia, mientras que la trompeta en sordina pone en su justo medio la importancia de este tiempo, que nos traslada a un nuevo Allegro rondó, ingenio de condensación de los tiempos precedentes, singularmente enriquecidos merced a su vivacidad rítmica, una perfecta conclusión que nos lleva al motivo inicial.
Dmtri Shostakovich- Sinfonía nº 12, en Re m. Op. 112 (Año 1917) – obra que Yevgueni Mravinski y Guennady Rozhdesvenski, llevaría de gira con otras sinfonías suyas en 1960, con la O. Filarmónica de Leningrado, con otras como la Quinta y la Octava, a las que añadirá con segura aceptación la Décima y la Undécima, despertando con creces el reconocimiento de su talento, una verdadera preparación para lo que será esta obra, una confirmación del autor, que comenzó a trabajar sobre ella una vez terminada la anterior, mientras daba cuerpo a su ópera Lady Mcbeth de Mzensk, una sinfonía de profundas implicaciones políticas enfocadas hacia la figura de V.I. Lenin, unas fechas en las que los bocetos de la obra, fueron materia de indagación por parte de Boris Tchaikovski y Moissei Vainberg, en la sede de la Unión Moscovita de Compositores, una preparación del estreno que tardaría poco en llegar, mientras que en lo social se celebraba el XXII Congreso del Partido. La sinfonía, será estrenada simultáneamente por Mravinski en Leningrado y en Kuibychev, por Stassevich, una experiencia que diferirá de las pretensiones previas del autor, quien deseaba la inclusión de pasajes recitados de Maiakovski, Djambul y Suleiman Stalski, un claro manifiesto de conciencia en el que destacaban acontecimientos de la Revolución de Octubre. Shostakovich, tardará en ingresar en el PCUS, motivo que dará argumentos para una celebración. Colegas suyos como Vissarion Shebalin, acabarían distanciándose de él.
El Petrogrado revolucionario, primer tiempo, evoluciona desde un Moderato en manos de la cuerda grave en unísono al que responde un agresivo Allegro que remite a melodías rusas elaboradas a partir de ese Moderato, en una serie de argumentos líricos, en un encadenamiento hacia el Adagio, que afirma su puesta en respuesta sobre los insistente argumentos históricos que daban razones al propio espíritu de esta Sinfonía Año 1917, con detalles nostálgicos encabalgados por los diálogos de trompas, maderas y trombones en un discurrir que nos impregna a lo largo del tiempo, resaltando cuerdas y clarinete. Aurora- sobrenombre del tercer movimiento-, ofrece en pizzicato una de las ideas del Adagio, con ritmos alternantes que preparan el Final- tiempo que hubo de esperar para su escritura, por sus propias dudas- resulta un gran Crescendo con instrumentos de metal. Para la obra, El amanecer de la Humanidad, en el que se prodiga una especie de himno radiante, que recupera el Moderato de la entrada con un colofón Allegretto, resuelto y confiado, por su poderío voluntarioso en intenciones. Mravinski y Shostakovich, en sus personales relaciones, dejaron obras en dedicatoria como la Octava Sinfonía; primeras audiciones de la Quinta, la Sexta, la Novena y la Décima o el Concierto para chelo nº 1 y el primero para violín o El canto de los bosques, hasta que avatares de la vida les separaron por razones políticas.
Ramón García Balado
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